Cuando yo era pequeño -ya fábula de fuentes, que escribiría Jorge Guillén- entre los regalos habituales y muy esperados de Primera Comunión se encontraban las estilográficas. De alguna manera, pienso, que te regalaran una pluma era una especie de símbolo de tu entrada en la edad adulta: abandonabas el lápiz para penetrar en el universo de la tinta, sus grandezas y miserias. A mi me regalaron la Sheaffer que puede verse en la fotografía superior y con ella ingresé en la pubertad y después en la adolescencia, escribí mis primeros y horribles poemas, tomé notas en clase y, creo, redacté mi primera carta de amor que, por supuesto, no me atreví a enviar. Una pluma especial cuyo valor es muy superior al del mercado; tan superior, que ni siquiera soy capaz de ponerle precio. Una pluma humilde pero fiable, que después de tantos años, después de permanecer en estado latente en el fondo de un cajón por más de 25 años, todavía, tras una suave limpieza, ha sido capaz de dármelo todo de nuevo y e...
Un lugar de encuentro para los amantes de la escritura